SOBRE JESUSCRISTO – Cristología

1.- JESÚS HUMANO Y DIVINO

2.- JESÚS MAESTRO

3.- JESÚS ACOMPAÑANTE EN EL DOLOR

4.- EL REINO

 TEMA 1 » El Hombre Jesús de Nazaret, «revelación de Dios»

«A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único del Padre… es quien nos lo ha dado a conocer» ( Jn 1, 18). 

En los escritos del Nuevo Testamento, se dice, en distintos sitios y desde diversas tradiciones, que el hombre Jesús de Nazaret fue (y sigue siendo para nosotros) la revelación de Dios. Dicho de otra manera, Jesús es quien nos ha dado a conocer quién es Dios y cómo es Dios.

Esto mismo queda más claro aún en unas palabras que el mismo Jesús le dijo al apóstol Felipe. Este hombre le pidió un día a Jesús: » Señor, muéstranos al Padre, y con eso tenemos bastante» (Jn 14, 8).

En los escritos del Nuevo Testamento, el «Padre» es «Dios». Por tanto, cuando Felipe le pide a Jesús que le muestre al Padre, en realidad, lo que le pide es que le diga cómo es Dios. Ahora bien, la respuesta de Jesús es clara y determinante: «Tanto tiempo estoy con vosotros, ¿y todavía no me conoces Felipe?» (Jn 14, 9). Lo que aquí llama la atención es que Felipe pregunta por el conocimiento de Dios, pero Jesús le responde refiriéndose al conocimiento de él mismo, de Jesús. Y es que el propio Jesús añade enseguida algo que es el secreto de todo:»Quién me ve a mi, ve al Padre»             (Jn 14,9)

Esto es lo que se dice claramente, ante todo, en el evangelio de Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único del Padre… es quien nos lo ha dado a conocer» (Jn 1, 18). Cuando el evangelio dice que a Dios nadie lo ha visto jamás lo que quiere afirmar es que Dios no está a nuestro alcance y que, por tanto, no lo podemos conocer. Y cuando el mismo evangelio asegura que ha sido el Hijo único del Padre quien nos lo ha dado a conocer, lo que está diciendo san Juan es que Jesús, el hombre Jesús, es quien nos ha enseñado el misterio profundo de Dios. En aquel hombre, que fue Jesús, aprendemos todo lo que tenemos que saber sobre Dios. Y es claro que, según el evangelio, nosotros no tenemos otro camino ni otro medio para enterarnos de cómo es Dios.

«La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn1, 14). La «Palabra» (Logos) es, no sólo la revelación de Dios, sino que es Dios mismo (Jn 1, 1-2). Por eso, cuando el evangelio afirma que la palabra se hizo carne, no se trata solamente de que Dios se dio a conocer en un hombre, sino de que Dios se hizo hombre.  O sea, Dios se hizo presente en aquel hombre concreto que fue Jesús. Pero lo más importante no es esto.

 Lo más serio, y también lo más desconcertante, es que Dios se hizo presente, en el mundo, como sarx. De ahí que el evangelio no dice que la palabra se hizo «hombre», sino dice: la Palabra se hizo «carne». Ahora bien, en el lenguaje de aquel tiempo, hablar de carne ( sarx ) era lo mismo que hablar de lo más débil de la condición humana. Por eso Jesús les dijo a sus discípulos, en el huerto de Getsemaní, que «el espíritu es valiente, pero la carne es débil» (Mt 26, 41). Es más, para san Pablo, en la carne no hay nada bueno (Rom 7, 18), porque en ella lo único que hay es la ley del pecado (Rom 7, 25). Es decir, la «carne» es debilidad y una debilidad tan grande que de ella brota la maldad. Lo cual, naturalmente, es la peor debilidad que podemos tener y sufrir los seres humanos.

Jesús suplica liberación del dolor y de la muerte (Mc 14, 36 per.; Mc 15, 34-37; Jn 11, 41-42), pero no quiere realizar su voluntad, sino la del Padre ( Mc 14, 36).

 «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Encuentra el sentido de su vida solamente a partir de Dios, para quien está absolutamente abierto. San Juan, legítimamente, hace decir a Jesús: «Yo no puedo hacer nada por mi cuenta:…porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 5, 30). 

(…) El hombre Jesús de Nazaret es quien nos revela a Dios. Es decir, a Dios lo podemos conocer en Jesús, por medio de Jesús, en su persona y su vida.

(…) A Dios se le conoce, no elevándose por encima de lo humano o huyendo de la humanidad, sino todo lo contrario. A Dios se le conoce y se le encuentra en lo humano y través de lo humano. No sabemos si Dios pudo escoger otros caminos para darse a conocer a nosotros. Pero el hecho es que escogió el camino o, si se prefiere, el medio de lo humano.

(…) Dios se nos ha dado a conocer en la persona y en la vida de un hombre concreto y determinado. En la persona y en la vida del hombre que fue Jesús de Nazaret. Ahora bien, esto quiere decir que Dios se nos ha revelado en la vida de un hombre que nació pobre, que vivió entre los pobres y gentes marginales de su tiempo, y que murió como un delincuente y entre malhechores, como el más famoso de ellos. O sea, Dios no escogió a cualquier hombre para darse a conocer. Dios vio claramente que, para darse a conocer, tenía que ser a través de un pobre, de un hombre marginal, perseguido, mal visto y despreciado. Todo esto no pudo ser una casualidad. Ni tampoco una circunstancia cualquiera. Ni siquiera se trata de que así Dios nos enseñaba a nosotros a ser pobres y despreciados. Entre otras cosas; porque ser pobres y despreciados es una desgracia y una humillación que Dios no puede querer para nadie. Sin duda, la explicación de todo esto tiene que estar en otra cosa.

Por lo tanto, decir que a Dios lo conocemos y lo encontramos en «un» hombre (el hombre Jesús de Nazaret) es lo mismo que decir que a Dios lo encontramos y lo conocemos en la debilidad. O sea, no solo se trata de que a Dios lo encontramos en lo humano, sino que se trata de que a Dios ( al Dios que nos reveló Jesús) solamente podemos conocerlo y encontrarlo en lo más débil de nuestra pobre condición humana.

(…) Cuando se trata de hablar de Dios, no se puede empezar pensando en el Dios que nos enseñaron los filósofos y los sabios de este mundo, el Dios que se define por el poder, el poder infinito, al que llamamos el «Omnipotente». Por el contrario, si empezamos por Jesús, el hombre Jesús de Nazaret, entonces lo que tenemos que hacer es aplicarle a Dios lo que la gente veía en aquel Jesús, que precisamente atraía tanto a los más pobres, a los más desgraciados y a los más pecadores.  Entonces, lo que tenemos que hacer es empezar por Jesús y decir que Dios es tan bueno y tan humano como fue Jesús. Decir también que Dios es tan sencillo como fue Jesús. Y decir que Dios está tan cerca de todo lo que es debilidad, en este mundo, como estuvo Jesús.

En resumidas cuentas: En definitiva, la cuestión está en saber si nos fiamos más de lo que pensamos nosotros o de lo que nos enseña Jesús”. Tomado de: José María Castillo S. S.j.

Procuraremos entender al hombre y a Dios a partir de Jesús mismo. En Jesús se reveló el hombre en su máxima radicalidad y también quién es el Dios humano: No es, pues, el análisis abstracto de la humanidad y de la divinidad lo que permite esclarecer el misterio de Jesús de Nazaret, que fascinó a los apóstoles hasta el punto de llamarlo Dios. Por el contrario, es la cristología la que permite elaborar una antropología.

En Jesús su vida fue una existencia totalmente orientada y vivida para los otros y para el gran Otro ( Dios). Jesús estaba absolutamente abierto a los demás, no discriminaba a nadie y abrazaba a todos en su amor ilimitado, en especial a los descalificados religiosa y socialmente ( Mc 2, 15-17). El amor a los enemigos que él predicó ( Mt 5, 43) lo vivió personalmente, perdonando a los que lo clavaron en cruz (Lc 23, 34-46). No poseía esquemas prefabricados, ni moralizaba, ni censuraba a los que venían a él: «Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6, 37). Liberal ante la ley era riguroso en exigir un amor que ata a los hombres con lazos más liberadores que los de la ley. Su muerte no fue solamente consecuencia de su fidelidad a la misión liberadora que el Padre le confió; fue también fidelidad a los hombres, a los que amó hasta el fin  (Jn 13, 1).

      • Jesús estaba vacío de sí mismo. Por eso podía ser completamente colmado por los otros. Jesús fue un hombre que se entendió siempre a partir de los otros: su ser fue continuamente «un ser para los demás». Particularmente con el gran Otro, Dios, él cultivó una relación de extrema intimidad. Llama a Dios Abba, Padre, en un lenguaje que se asemeja a la confianza y a la entrega segura de un niño ( Mc14, 36; cf. Rom 8, 15; Gál 4, 6).

El mismo se siente su hijo ( Mt 11, 27; Mc 12, 6; 13, 52) Suplica liberación del dolor y de la muerte (Mc 14, 36 per.; Mc 15, 34-37; Jn 11, 41-42), pero no quiere realizar su voluntad, sino la del Padre ( Mc 14, 36). Su última palabra es de serena entrega: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46).

«Yo no puedo hacer nada por mi cuenta:…porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 5, 30). Su intimidad con el Padre era tan profunda que en el mismo Juan encontramos las siguientes palabras: «Yo y el Padre somos uno». Porque se abrió y se entregó a Dios con absoluta confianza __ y eso constituye su modo típico de existir, que es el existir de la fe __, Jesús, como enseñó el concilio de Calcedonia, no poseía la hipóstasis, la subsistencia, el permanecer en sí mismo y para sí mismo Estaba absolutamente vacío de sí mismo y completamente colmado de la realidad del Otro, de Dios Padre.

Jesús fue la criatura que Dios quiso y creó para que pudiera existir totalmente en Dios y que, cuanto más unida estuviera a Dios más se hiciera ella misma; esto es, hombre. De ese modo, Jesús es verdaderamente hombre y también verdaderamente Dios. Pero también podemos decir lo contrario: así como la criatura Jesús es más ella misma cuanto más está en Dios, de forma análoga Dios es tanto más él mismo cuanto más está en Jesús y asume su realidad. Es evidente que, en Jesús, Dios y el hombre constituyen una unidad. Ante Jesús, el creyente está frente a Dios y al ecce homo en fundamental inmediatez. Jesús-hombre no es el receptáculo exterior de Dios, como el vaso frágil que recibe la esencia preciosa, Dios. Jesús-hombre es Dios mismo cuando entra en el mundo y cuando él mismo se hace historia: «Y la palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Dios conoce un hacerse sin perder nada de su ser. Leonardo Boff.

“Porque el Padre es más que yo»   (Jn 14,28) ¿Cómo interpretar  este versículo para no caer en el error de negar la divinidad de Cristo¨? La Biblia no se puede contradecir en cuestiones de fe. Las numerosas citas en los evangelios que Jesús habla de Dios, del Padre y su persona no pueden contradecirse. «El Padre y yo somos  uno solo». Jn 10,30

Los judíos si entendieron lo que dijo Jesús, pero no quisieron reconocerle como Dios por eso «Los judíos tomaron piedras contra Jesús » y Jesús les preguntó por qué querían apedrearle. Ellos respondieron que porque sus palabras eran ofensas para Dios, «Tú no eres más que un hombre, pero te estás haciendo Dios a ti mismo». Jn. 10, 31-34

En el principio  ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Jn 1,1 «Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros» Jn 1, 14

2 «JESÚS MAESTRO

“La gente se asombra de su enseñanza, porque enseñaba con autoridad, no como los letrados» ( Mc. 1, 22-27) Enseñar era lo que más hacía Jesús ( Mc. 2, 13; 4, 1-2; 6, 34). Era su costumbre ( Mc. 10, 1). El pueblo gozaba con oírlo y se admiraba ( Mc. 12,37; 1 22. 27; 11, 18). Jesús tenía un modo muy personal de decir las cosas en su enseñanza ( Mc. 4, 2; 12, 38). Enseñaba con autoridad ( Mc. 1, 22.27). Utilizaba parábolas y hacía que participara la gente: » Quien tenga oídos que escuche!» ( Mc. 4, 9 ). Partía de los acontecimientos y de las preguntas del pueblo ( Mc. 2, 18-19; 3, 23-29).

No hacía cursos ni daba conferencias. No era una enseñanza sistemática, sino una comunicación que le nacía de la abundancia del corazón, en las formas más variadas: comparaciones que hacen pensar al pueblo, conversaciones intentando esclarecer los acontecimientos, como dando cuenta de lo que Él piensa y hace, discusiones que tienen su polémica, críticas que denuncia lo falso y erróneo. Cualquiera fuera la forma, siempre era un testimonio de lo que Él vivía.   Carlos Mesters O.C.

Más de quince veces dice el evangelio de Marcos que Jesús enseñaba. Pero casi nunca qué enseñaba. ¿ A Marcos no le interesaba el contenido? Depende de lo que Ud. entienda por contenido.

En primer lugar, el contenido nunca está desligado de la persona que lo comunica. Jesús era una persona acogedora( Mc 6, 34). Quería mucho al pueblo. La bondad y el amor que se manifiesta en sus palabras forman parte del contenido. Son su temperamento. Un contenido bueno sin bondad es como leche derramada.

En segundo lugar , Marcos define el contenido de la enseñanza de Jesús como » Buena noticia de Dios» ( Mc 1, 14). La buena Noticia procede de Dios y revela algo sobre Dios. Nos hace saber que Dios es Padre. En todo la que hace y dice Jesús se traslucen los rasgos del rostro de Dios. Manifiesta la experiencia que Él tiene de Dios como Padre. Revelar a Dios como Padre es la fuente y la finalidad de la Buena Noticia de Jesús.

En tercer lugar , el mensaje que Jesús comunica se percibe no solo por las palabras, sino más bien por los gestos y el modo como Jesús se relaciona con el pueblo.

Si leemos así el evangelio de Marcos, a pesar de que no tiene muchos discursos y enseñanzas, todo en Él se transforma en una gran enseñanza asombrosa, «dada con autoridad» ( Mc 1, 22. 27), que revela la presencia del Reino en medio del pueblo:

      • el perdón de Dios está siempre a la mano; ya no depende del Templo ( Mc 2, 5-12),

      • a nadie puede excluirse de sentarse a su mesa ( Mc 2, 15-17),

      • el ayuno y otras prácticas antiguas hay que relativizarlas ( Mc 2, 18-22),

      • la ley de Dios debe interpretarse como servicio a la vida ( Mc 2, 23-28),

      • el poder del mal nada puede: el poder de Dios es más fuerte ( Mc 3, 23-30),

      • para pertenecer al pueblo de Dios sólo basta una cosa: hacer la voluntad de Dios (Mc 3, 31-34),

      • lo que importa es vencer al miedo y tener fe en Dios (Mc, 4, 40),

      • la pureza y la vida nos vienen por medio de la fe en el amor de Dios (Mc 5, 34.36),

      • el anuncio de la Buena Noticia no se hace usando el poder, sino por el testimonio ( Mc 6, 7-13),

      • el Reino se manifiesta cuando se comparte con los pobres lo poco que se tiene (Mc 6, 30-44).

 He aquí algunos episodios en los que se trasluce el modo cómo Jesús formaba a sus discípulos y discípulas para la misión:

      • involucra a los discípulos en la misión ( Mc 6,7; Lc 9, 1-2; 10, 1);

      • cuando vuelven hace evaluación con ellos ( Lc 10, 17-20);

      • los corrige cuando se equivocan ( Lc 9, 46-48; Mc 10, 14-15);

      • les ayuda a discernir ( Mc 9, 28-29);

      • les llama la atención cuando son lentos ( Mc 4, 13; 8, 14-21);

      • los prepara para el conflicto ( Jn 16, 33; Mt 10, 17-25);

      • los obliga a observar la realidad ( Mc 8, 27-29; Jn 4,35; Mt 16, 1-3);

      • reflexiona con ellos las cuestiones que se le presentan ( Lc 13, 1-6);

      • los confronta con las necesidades del pueblo ( Jn 6, 5);

      • les enseña que las necesidades del pueblo están por encima de las prescripciones rituales ( Mt 12, 7.12);

      • tiene sus tiempos a solas para instruirlos ( Mc 4, 34; 7, 17; 9, 30-31; 10, 10; 13, 3);

      • cuida de que descansen ( Mc 6, 13);

      • piensa en la comida de ellos ( Jn 21, 9);

      • los defiende cuando los critican sus adversarios ( Mc 2, 18-19; 7, 5. 13);

      • insiste en la vigilancia y les enseña a rezar ( Lc 11, 1-13; Mt 6, 5-15).

3 «JESÚS ACOMPAÑANTE EN EL DOLOR»

 (…) San Pablo nos invita a tener «Los mismos sentimientos que Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina no se aferró a sus prerrogativas, sino que, despojándose tomó la condición del servidor, hecho hombre entre los hombres; se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Filip. 2, 5-8). ¿ Qué mayor prueba podríamos pedir del amor que Dios nos tiene? Jesús mismo es la prueba del amor incondicional de Dios.

Jesús nos anuncia la misericordia sin límites del Padre de los cielos fundamentalmente de tres maneras: contando cuentos, invitando a comer, y entregando libremente su vida en la cruz, para que nosotros tengamos vida y la tengamos en abundancia.

1.- Son varias las «Parábolas de Misericordia» que cuenta Jesús. Detengámonos un momento en la del Hijo Pródigo o despilfarrador (Lc 15, 11-31). El joven no solo despilfarra su fortuna: al pedirle la herencia a su padre, en el fondo le ha deseado la muerte. La respuesta del padre es salir a esperarlo todos los días con los brazos abiertos. Cuando el joven regresa, consciente de su culpa, no hay ni una recriminación de parte del padre: Nada de «¿Qué pasó con la plata?» o » ves como vuelves por no seguir mis consejos» ni «por esta vez pase, pero que no se repita». Sólo abrazos y besos. Es el joven quien no puede convencerse de tanta misericordia e insiste en su indignidad, en que ha perdido el derecho a ser tratado como hijo, en que está sucio…El Padre lo abraza, ordena hacer fiesta, preparar alhajas y un banquete. Perdón y acogida incondicionales. «Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse» (Lc 15, 7).

Mediante sus narraciones; Jesús permite identificarse con los pecadores, A TODOS los que se sienten de algún modo impuros y excluidos, los que se han apartado de «la casa del Padre». Así en la historia del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37), el que se comporta según Dios, el que muestra misericordia, es precisamente un hereje, uno de los aborrecidos samaritanos. Y lo que Jesús predica, también lo pone en obra mostrándonos la misericordia de su Padre al acoger a los niños, leprosos, publicanos y centuriones romanos, prostitutas y otros «pecadores públicos». Es la aceptación incondicional __ y no la recriminación__ la que permite convertirse y cambiar la vida, para bien: Como en el caso de la mujer adúltera de Juan 8 ( según la tradición, santa María Magdalena),o la samaritana de Juan 4 ( la mujer dice feliz: «Me ha dicho todo lo que he hecho, ¿ no es este el Cristo?». Efectivamente, Jesús le ha señalado que tiene varios «maridos», pero no hay reproche en su voz, sino la invitación a recibir el don de Dios), o el publicano Zaqueo: «Hoy la salvación ha entrado a esta casa, …el Hijo del hombre vino a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc. 19, 1-10).

2.- INVITANDO A COMER: otra forma que usa Jesús para acoger y reconciliar a los excluidos e impuros, es compartiendo frecuentemente con ellos la mesa, más allá de todo «respeto humano». Por lo que fue ampliamente criticado, especialmente por los fariseos, quienes llegaron a acusarlo de glotón y bebedor, pero sobre todo de rodearse de pecadores: «dime con quien andas…» (Lc. 5, 27-30; Lc.11, 37; Lc. 19, 7). Para los judíos de su tiempo, la «pureza ritual era algo muy serio y había muchas formas de perderla (por enfermedad, menstruación, por no cumplir con abluciones y otros ritos, por pecados, por contactos con gente impura, etc.). Mucha gente vivía así marginada de la plena comunión y participación social. Jesús no solamente comparte y se deja tocar por gente «impura», sino que hace lo que siempre y en todas partes se ha considerado signo de confianza y amistad: Los invita a comer. Acepta invitaciones a comer con los pecadores, pero también los invita Él: «este hombre recibe a los pecadores y come con ellos» ( Lc. 16, 1). Y nos propone: » Cuando des un banquete, no invites a tus parientes, amigos, sino a los pobres, inválidos, cojos y ciegos…» Lc. 14, 12-13).

La multiplicación de los panes (Mc. 6, 30; Mt. 14,13; Lc. 9, 12; Jn. 6, 1), en que Jesús da de comer a miles de personas, es un signo de la Mesa del Reino, donde el Padre no quiere que sobre ningún puesto ( Lc. 14, 22-23). Por último, Jesús festeja a sus discípulos en la CENA Pascual, donde instituye la Eucaristía y el Sacerdocio, les promete el envío del Espíritu Consolador y anticipa su entrega en la cruz.

3.- LA CRUZ: Si nos quedara alguna duda de la Misericordia sin límites del Padre, revelada en y por Jesús de Nazaret, la muerte de éste en la cruz por nuestra salvación, es la prueba definitiva de ese amor infinito. A veces, en momentos oscuros de la vida nos permitimos dudar del amor de Dios…

¿ Realmente me quiere, a mí? ¿ Cómo me muestra su amor? La respuesta está en la cruz, esa misma cruz desde la cual Jesús abre las puertas del Paraíso a Dimas ( el «buen ladrón», en realidad un feroz terrorista), y luego a todos nosotros.

Jesús resucitado, después de la pesca milagrosa (Jn. 21, 1-17), llama aparte al fanfarrón de Pedro, que tres veces lo había negado, a pesar de todas sus bravatas. A ese Pedro humillado, culpable, avergonzado, le da así la oportunidad de rehabilitarse, con una finura impresionante. » ¿Pedro, me amas?…apacienta mis ovejas». No le basta una vez, le reitera la pregunta tantas veces como hubo negaciones de Pedro, permitiéndole así rehabilitarse plenamente. Enfrenta la situación (en lugar de «correr sobre ella un tupido velo») para ayudar a Pedro a re-formular su Amor. No sólo le concede el perdón sino que le devuelve su misión de gobernar y pastorear la Iglesia. Es un perdón sin condiciones. Nada de te perdono, pero comprende que ya no puedes ser apóstol, ni menos piedra angular». La misericordia del Señor no tiene límites.

Esa finura y esa pregunta, Jesús las tiene que haber aprendido de María. Podemos imaginar a María tejiendo en el suelo, y Jesús de unos dos años jugando a su lado. De pronto el niño se incorpora y le abraza el cuello. María dulcemente la pregunta: «Jesús, ¿Cuánto me quieres? Y el niño sonriendo abre sus bracitos de par en par y exclama «Te quiero todo esto».

En uno de esos momentos difíciles, le hizo al Padre la misma pregunta que Él hiciera a Pedro. «¿Señor, me quieres?» Por toda respuesta, igual que Jesús niño, abrió sus brazos en cruz, me dijo » Te quiero todo eso», y murió para que yo tuviera vida.»

Juan Miguel Leturia S.J

Cristo murió gritando «Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» y toda teología cristiana intenta darle una respuesta a esa pregunta: Pero , ¿existe realmente una respuesta a esa pregunta? ¿Acaso las teologías cristianas no son a menudo como los amigos de Job, que le quieren aclarar el porqué de su sufrimiento, mientras que él no quiere dejarse consolar? A continuación abordaremos algunas preguntas que surgen frente a la cruz de Cristo y a su experiencia del abandono de Dios.

¿ Por qué Dios abandonó a Cristo en la cruz?

Dios lo ha entregado «por nosotros»; Dios lo hizo por amor a nosotros. Pablo razona del siguiente modo: El Dios que levantó a Cristo de los muertos es el mismo Dios que lo «entregó» a la muerte en cruz. En el abandono del Cristo crucificado, que grita:» Dios mío, ¿por qué?», Pablo ya oye la respuesta: «El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?»(Rom 8, 32). ¿Fue ésta también la voluntad de Cristo? Pablo afirma que sí y habla del «Hijo de Dios» que «se entregó a sí mismo por mí» ( Gal 2, 20).

¿ Quiere decir entonces que Dios sacrificó a su «propio Hijo» y lo dejó morir solo y dolorido en la cruz? En ese caso Dios no solamente sería un Dios apático, sino también un Dios cruel. No, dice Pablo, pues cuando Cristo, el Hijo de Dios, sufre la muerte, entonces el Padre de Jesucristo sufre la muerte del Hijo único amado. Si el Hijo muere en la cruz abandonado por Dios, entonces también Dios, el Padre, sufre su separación del Hijo. Así sufren ambos, aunque de manera distinta: Cristo sufre la muerte, Dios sufre la muerte del Hijo. Pablo lo expresa en la conocida frase «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo» (2 Cor 5, 19). Si Dios Padre estaba en Cristo el Hijo, entonces los sufrimientos de Cristo también son los sufrimientos de Dios y también Dios experimenta la muerte en la cruz de Cristo.

¿Cómo podemos concebir que Dios, por un lado, es quien entrega a Cristo al desamparo y que, por el otro, es al mismo tiempo quien existe y está «en Cristo» ? Pablo no nos facilita información al respecto. Sin embargo, hay un viejo relato judío que nos puede dar un indicio acerca de este misterio:

«Cuando el Santo, bendito sea, venga a liberar a los hijos de Israel del destierro, le dirán: Señor del mundo, tú eres quien nos dispersaste entre los pueblos al expulsarnos de nuestra patria, y ahora ¿eres tú quien nos conduce allí nuevamente? Y el Santo, bendito sea, les dirá a los hijos de Israel: Cuando vi que habíais dejado mi patria yo también la dejé, para volver a ella junto con vosotros» ( E.Wiesel, der mitleidende Gott).

Por consiguiente, en la entrega del Hijo puede reconocerse la entrega de Dios, pues de otra forma no podría afirmarse en el evangelio de Juan: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (14, 9). En el abandono divino de Cristo, Dios sale de sí mismo, deja su cielo y está presente en Cristo, para llegar a ser el Dios y Padre de los abandonados . Cristo muere exclamando a Dios, por quién se siente abandonado. ¿Dónde está Dios en los acontecimientos del Gólgota? Está en el Cristo que muere. Hay muchas respuestas a la pregunta de «por qué», y ninguna es satisfactoria. La pregunta acerca de «dónde» es más importante, pues su respuesta es Cristo mismo.

¿Con qué fin asumió Dios este sufrimiento de Cristo?

¿Qué sentido tiene el cruel acontecimiento del Gólgota? Esta pregunta tiene dos respuestas. En primer lugar, lo hizo para estar con nosotros en nuestro sufrimiento y en nuestro dolor: se trata de solidaridad de Dios con nosotros. En segundo lugar, lo hizo por nosotros en nuestra culpa, para liberarnos de su peso: se trata de la expiación divina a favor nuestro. ( Esta segunda respuesta no la transcribiremos, pues nuestro énfasis por el momento está puesto en el tema de la solidaridad)

          1. La Cristología de la solidaridad: Cristo nuestro hermano

Los evangelios relatan la historia de la Pasión de Cristo como la historia de un progresivo auto-despojamiento por parte de Cristo. Sus discípulos varones huyen después de su arresto por los romanos, uno lo traiciona, otro lo niega__ y Cristo pierde su identidad como su maestro__ . Los sacerdotes de su pueblo lo entregan a los romanos __ y Cristo pierde su identidad como judío __. Pilato lo hace torturar y permite que destruyan su cuerpo. Es ejecutado como «enemigo de la humanidad» ( por un Imperio romano que pretende representarla) __ y Cristo pierde su vida__ . El himno de Filipenses resume este camino de humillación de la siguiente manera:

Se despojó de sí mismo tomando condición de siervo (…)Se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz ( Flp 2).

Si Dios va dondequiera que vaya Cristo, si Dios mismo estaba en Cristo, entonces Cristo trae la comunión con Dios a quienes están tan humillados y despojados como él. La cruz de Cristo se encuentra entre las cruces innumerables que bordean el camino de los poderosos y violentos, desde Espartaco hasta los campos de concentración, los hambrientos y los «desaparecidos» en América Latina.

Los sufrimientos de Cristo no son exclusivamente sus sufrimientos, sino que incluyen nuestros sufrimientos y los sufrimientos de este tiempo. Su cruz se erige fraternalmente entre nuestras cruces como señal de que Dios mismo participa en nuestros sufrimientos y carga con nuestros dolores. El «Hijo sufriente del Hombre» llegó a ser uno de nosotros a tal punto que los seres humanos innumerables y anónimos, torturados y abandonados, son sus hermanos y hermanas. Ésta fue la experiencia de conversión del arzobispo Óscar Arnulfo Romero a los 59 años en el Salvador: «En los crucificados de la historia se le reveló el Dios crucificado (…). En los ojos de los pobres y oprimidos de su pueblo vislumbró el desfigurado rostro de Dios»  (Jon Sobrino).

Cristo se entregó a esta humillación y este abandono para hacerse hermano de los humillados y abandonados y para llevarles el reino de Dios. No nos ayuda por medio de milagros sobrenaturales, sino en virtud de su sufrimiento, de sus heridas. » Sólo el Dios sufriente puede ayudar» escribió Dietrich Bonhoeffer en su celda de condenado a muerte. Dios siempre nos ayuda en primer lugar sufriendo con nosotros: «Si en el sheol me acuesto, allí te encuentras» ( Sal 139, 8). Por ende, no nos puede separar ningún sufrimiento de esta comunión con el Dios que sufre con nosotros. El Dios de Jesucristo es el Dios solidario con las víctimas y los que sufren. Jûrgen Moltmann

                       4. «EL REINO»

1,- EL SIGNIFICADO DEL ANUNCIO DEL REINO: DIOS, EN JESÚS, SE HACE PRESENTE EN MEDIO DE LOS HOMBRES.

__ En primer lugar se trata de un acontecimiento que coincide con la misma predicación y con el mismo ministerio del Nazareno.

«Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el Reino de Dios, les respondió: » El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘ Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros» » ( Lc 17, 20-21).

Israel esperaba la venida de JHWH en medio de su pueblo: Jesús afirma __de modos diversos, pero sustancialmente convergentes __que a través de su anuncio y de su acción Dios interviene de forma decisiva y definitiva en medio de su pueblo. Por tanto, ya desde el inicio, no es posible separar el anuncio y la obra de Jesús de su propia persona.

__ La llegada del Reino será reconocida a través de los signos concretos que, sin embargo, deben ser correctamente interpretados, en sintonía con la presencia de JHWH en la historia del hombre.

“Se acercaron los fariseos y saduceos y, para ponerle a prueba, le pidieron que les mostrase una señal del cielo. Mas él les respondió: » Al atardecer decís: ‘ Va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de fuego’, y a la mañana ‘ Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío’. ¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos!» » ( Mt 16, 1-3)

¿Cuáles son estos «signos» que interpretados, muestran el acontecimiento del Reino? Son las palabras de Jesús y su kerigma, su praxis y sus gestos de salvación para con los pobres y los humildes, su misma existencia, la comunidad mesiánica que se agrega en torno a él: todas estas cosas, que describiremos con detalle más adelante, hablan __ según Jesús—de sí mismo, testimonian que Dios está obrando en él.

__ El Reino es un acontecimiento que acontece en el corazón del hombre, porque alcanza a su relación con Dios, pero se manifiesta también en las relaciones entre los hombres. Podríamos decir que la llegada del Reino es un acontecimiento que tiene una estructura dialógica, interpersonal. Por un lado, invita al hombre a «convertirse», a redescubrir y a abrirse a una relación nueva con Dios; por otro lado, y en consecuencia, modifica también la relación entre hombre y hombre. Sin esta implicación personal __que Jesús denomina, en continuidad con la experiencia de trato de JHWH con Israel propia del Antiguo Testamento, fe, creer en Dios que obra en Él y a través de Él __ no se entra en el acontecimiento del Reino de Dios.

En resumen, Jesús de Nazaret anuncia una buena noticia, una noticia de alegría, porque está produciéndose un acontecimiento prometido y esperado: la irrupción de JHWH en la historia, que interpela al corazón del hombre, y que, a través de esta implicación, provoca una llegada nueva y plena del Reino de Dios en la existencia de cada hombre y, como consecuencia, en la relación entre los hombres.

  2.- EL CONTENIDO DEL ANUNCIO DEL REINO: DIOS ES PADRE QUE

PERDONA A LOS PECADORES Y LIBERA A LOS POBRES

Si examinamos el kerigma y la praxis de Jesús, podemos concluir que el contenido de este acontecimiento viene definido por dos polos inseparables.

__ El primero es la revelación, o mejor, la autocomunicación de un Dios que es Padre que perdona y libera a los hombres. Este evento se constata sobre todo en el hecho de que en Jesús ( a través de sus palabras y de su praxis de vida) podemos percibir una relación de intimidad profunda , muy particular con Dios. En el evangelio de Mateo se narra una exclamación de Jesús, que es reveladora de lo que era la experiencia más profunda de su relación con Dios:

» Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» ( Mt 11, 25-27).

Esta expresión muestra que en el núcleo de la experiencia de Jesús se da una relación íntima con JHWH, experimentado como Padre. Esta experiencia nos es también transmitida por un término que Jesús privilegia, Abbá ( cf. Mc 14, 36), un término usado en lenguaje familiar, por parte de los pequeños, para designar a su papá. Lo que más impresiona es que en Jesús exista esta relación de intimidad profunda, casi desconcertante con Dios, sin que esto quite respeto y obediencia ( ¡ al contrario, se ponen de relieve! ): algo que destaca en el mismo hecho de que este término no se usaba generalmente en la tradición religiosa hebrea en referencia a Dios, porque era demasiado íntimo y familiar.

No por casualidad, cuando Jesús enseñe «su» oración a los discípulos, les enseñará el «Padre Nuestro» .

__ El segundo polo es el anuncio y el testimonio de esta paternidad – cercanía de Dios en primer lugar y con predilección hacia los pobres, los últimos, los pequeños, los pecadores. En las Bienaventuranzas, está sintetizada de forma insuperable __ como una magna charta__, la predicación y la acción de Jesús: puesto que posee la experiencia de que Dios es paternidad cercana y liberadora, por eso se dirige a los pobres, a los afligidos, a los que tienen hambre y sed de justicia… diciéndoles: «Dios está cerca de ti, te salva y te libera». En otras palabras, Jesús se convierte con su anuncio de misericordia y su praxis de amor y de liberación en el rostro de Dios que es su Padre.

El Reino, este acontecimiento que Jesús predica y realiza, tiene, por tanto, dos extremos: parte de Dios y va derecho en búsqueda del último de los hombres. La paternidad de Dios es universal, alcanza a todos los hombres, pero al manifestarse no puede sino privilegiar a quien necesita más esta paternidad. Como sucede con una madre, que ciertamente ama por igual a cada uno de sus hijos, pero, por este motivo, ama más al hijo que es menos afortunado que los otros o necesita mayor comprensión y perdón; de este modo, lo que caracteriza la acción de Jesús es que comienza por los últimos, entendidos en el sentido ético-religioso y también en el sentido social.

Estas son las «coordenadas» fundamentales de la venida del Reino que se verifican y autentifican recíprocamente». Piero Coda